El bajista de Coldplay y su amor por los Porsche clásicos
29 julio, 2020Guy Berryman es conocido en todo el mundo por ser parte de una de las bandas de rock más populares y prolíficas de todos los tiempos, Coldplay, de la que es bajista desde hace casi 25 años. Pero lejos de la primera línea de la industria musical, Berryman también alimenta otras pasiones relacionadas con las cuatro ruedas. Es, de hecho, un respetado coleccionista de autos deportivos clásicos. Y, desde hace poco, combina esas actividades con la de Director Creativo de The Road Rat, una reputada publicación de motor con periodicidad trimestral.
En realidad, la fijación por el automovilismo le viene desde hace muchos años. Cuando era un niño, en su Escocia natal creció fascinado con el Triumph TR3A de su padre que, sin duda, era todo un ejemplo de diseño e ingeniería. Young Berryman, probablemente sin quererlo, sembró una semilla en aquellos años de la década de los 80. Y ese amor incipiente por los autos le llevó incluso a estudiar ingeniería mecánica en el University College, en Londres.
“Mi interés por los automóviles radica fundamentalmente en la ingeniería y en los conceptos que se esconden detrás de ellos”, dijo. “Todos los autos de mi colección tienen algo significativo bajo su llamativa carrocería. Creo firmemente en la idea de la forma que sigue a la función, y esto es algo que aplico a diversos ámbitos. Ya sea diseño industrial, ropa o automóviles, si sigues ese mantra siempre terminas alcanzando la mayor pureza”.
A la hora de elegir autos para su colección, Berry tiene una clara tendencia hacia el mundo clásico, especialmente hacia los modelos europeos de mediados del siglo XX. “En las décadas de los 50 y 60 fue creado un lenguaje de diseño casi escultórico, que resultaba de los dibujos hechos a mano. Fueron años cargados de extravagancia, espíritu y energía en el diseño automovilístico, que aportaron a la industria formas muy puras”.
Pero la pasión de Berryman va mucho más allá de la mera estética. A diferencia de la mayoría de los coleccionistas contemporáneos, este entusiasta de 42 años está muy involucrado en la restauración de sus automóviles, hasta el punto de que en su propia casa tiene un gran taller que alberga numerosos proyectos. “Mi interés en desmontar, reparar y reconstruir tiene una clara conexión con mi pasado en ingeniería mecánica. Me fascina aprender, deconstruir. Creo que todo lo que hago en la vida de manera creativa implica mirar un objeto y deconstruirlo, ya sea mental o físicamente. Así es como funciona mi cerebro”, dijo.
Lo que realmente distingue a Berryman es una atención por el detalle casi enfermiza, algo que a menudo le lleva a indagar en lo más profundo de los automóviles que adquiere. Ha pasado años desentrañando historias perdidas, contactando a propietarios anteriores y profundizando en los archivos.
“Hago todo lo posible para restaurar los vehículos de una manera fiel. La idea es devolverlos a su condición original, para que queden como cuando salieron de fábrica, y para ello trato de replicar materiales, acabados y colores en todo tipo de piezas, incluso en las que menos se ven, como pueda ser el interior de un panel o una puerta. Todo lo que encontramos durante el desmontaje debe conservarse o recrearse cuando el automóvil es vuelto a ser montado”.
Y fue precisamente esa fascinación por los procesos bien llevados a cabo y ese amor por el detalle lo que impulsó la creación de The Road Rat, la revista creada por Berryman y sus dos socios, Mikey Harvey y Jon Claydon, que es todo un ejemplo de periodismo especializado y de calidad, con impresión en papel mediante métodos tradicionales, algo que enlaza con el mundo del auto clásico que le rodea.
“Queríamos hacer un producto editorial serio y contar historias con esa voz autorizada que siempre introduce el elemento humano”, dijo Berryman. “No se trata solo de autos, sino de algo más. ¿Por qué han llegado hasta aquí? ¿Quién los hizo? ¿Qué historias esconden tras de sí?”.
Un buen ejemplo de este tipo de contenido informativo lo encontramos en el número 2 de la revista, que dedica su portada al Porsche 917 Martini Racing. El artículo de las páginas interiores sobre este icónico modelo de competición es extenso y está ilustrado con imágenes de archivo y dibujos técnicos de Zuffenhausen nunca antes vistos por el público general. Lo realmente interesante de esta lectura no tiene que ver con los logros del 917 en las carreras sino con el extraordinario viaje desde el inicio del proyecto hasta la homologación en la primavera de 1969. Decisiones de todo tipo, ideas de ingenieros visionarios, algunas tensiones por el camino… En estas páginas está contado todo aquello que no suele aparecer en las historias que hablan de esta leyenda de los circuitos.
Berryman posee varios modelos clásicos de Porsche, muy especiales todos ellos. Un 911S de 1967 cuidadosamente restaurado comparte espacio en el garaje con un 914/6 con especificaciones de GT y con un 911 totalmente original de 1968, que antaño perteneció al preparador de Porsche y fundador de Rennenhaus, Clay Grady. Un 914 de carreras con claros signos de batalla (antiguamente propiedad de Grady) también está hoy en posesión de Berryman, al igual que un 356 Zagato muy poco conocido, del que apenas fueron fabricadas nueve unidades.
“Es un gran auto”, dijo Berryman de su 356. “Es liviano como una pluma y tiene una carrocería muy abierta. Y además me ha dado el mejor viaje por carretera de mi vida. Lo recogí en la sede de Zagato, en Milán, junto a mi amigo Magne Furuholmen, del grupo de música A-ha, y lo conduje a través de los lagos hasta Chamonix y bajé por los Alpes franceses hasta Niza. En aquel viaje nos acompañó el clima más inclemente que puedas imaginar. Hubo grandes tormentas eléctricas y, en determinados momentos, la visibilidad en aquellas sinuosas carreteras alpinas era prácticamente nula. La mayoría de la gente que viajaba en sus autos modernos había decidido parar porque no era seguro seguir, pero nosotros teníamos que llegar a Niza en un momento determinado, así que continuamos el camino sin dudar. Cada noche, cuando llegábamos al hotel, teníamos que pedir un balde para sacar el agua del Porsche”. Queda claro el compromiso absoluto de Berryman con la causa, que no solo hace restauraciones desde cero, sino que conduce sus autos sin concesiones, algo que empieza a ser cada vez menos habitual entre los coleccionistas de clásicos.“
No creo que la gente conduzca sus vehículos lo suficiente, lo cual es una pena desde un punto de vista personal y cultural”, dijo. Cuando finalmente acabe la era de la combustión, situaremos a los autos clásicos en contexto y los apreciaremos aún más. El paso a la electrificación es positivo, de hecho, el Taycan probablemente sea una de mis próximas adquisiciones como vehículo de uso diario, pero lo cierto es que cada vez que conduzco un clásico, me doy cuenta de que solo genera sonrisas a su paso. Son insustituibles”.